Profundidades




Y cabalgamos sobre las olas
y el interior del piélago
fue nuestro
y supimos que aún quedaba tanta sal
entre nuestros dedos
y que no había fondo
porque nosotros dos
huidos de lo usual
al habitarnos
habitábamos las entrañas del océano.




(Foto. Francesca Woodman)

Electricidad





Te ha sorprendido la tormenta del atardecer
justo cuando te llegabas a aquel verso de Archipelagus
                            presto ya busca su casa, mas luego ya ruinas contempla,
                            tristes escombros, el hombre; solloza la esposa en su cuello
la luz se ha ido y ha llegado hasta mis oídos un grito
¿eras tú o fueron los versos los que me reclamaron?

Ha sido una excusa, la tarde oscurecía antes de tiempo
a tientas me has buscado
entre los aposentos de la distancia y del deseo
a tientas no
la intuición guía nuestros movimientos inquietos
y al sujetar mis dedos urentes
lo has dicho con voz tonante:
                            acógeme tormenta, descarga sobre mí
                            tus años apagados
y así entramos lentamente en la noche refugio
donde la luz espera a ser prendida
a golpe del sílex maleable de nuestros cuerpos.



(Foto. Martin Stranka)


Disolución






Esperabas de mí solo un murmullo
pero extendí mi voz
estrujé todas las palabras
que tuve al alcance
te las ofrecí
y en ellas nos ungimos
transidos de brasa y sal
hasta caer disueltos
por la última herida de placer.



(Foto. Katia Chausheva)


Canto al sol




En cada amanecer brotas
desde ámbitos que desconozco.
Hierves en tu mirada
contenida
húmeda.
Me ofreces tus sueños.
Pasa a las estancias donde habitan
me dices. 
Yo pongo pequeños haces en tu cuerpo
iluminando las sombras.
No soy toda la luz
pero al saborear los pequeños resquicios
que traje del planeta encendido
amas en mí
tu propia llama.
Nos alimentamos
para seguir naciendo.



(Foto. Vaclav Jiru)

Tu animal





Soy tu animal. Mi olfato
te detecta y pone en guardia cada palmo secreto
que se agita incontenible
antes de que estés en mi presencia.
Llegas y me miras
robándome los ojos
llegas y me hablas con un ligero y sugerente vaivén
de los labios
llegas y te plantas para que yo vacile
llegas y enredas tus dedos gélidos
entre los cabellos de mi sien.
Juegas con mi instinto sediento y lo domeñas
me cercas
me conduces a un espacio de servidumbre
donde no me deseas apaciguado
sino solo dúctil.
No te sosiegues mi pequeño bárbaro,
me ordenas imperativa,
no ocultes las pezuñas que desbrozan la hierba
cuando corres hacia mí.
Despójame de mi última resistencia,
y muerde con tu boca de Fauno hambriento
como si fuera la última cena
entre dos presas.




(Foto. Antoine d'Agata)